MÓDULO 1 GRATIS – Curso Sana Tus Heridas Emocionales
Acerca de las clases

Para entender qué son las heridas emocionales infantiles, deberemos tener una mínima concepción de qué es el apego.

El apego es el vínculo emocional que se desarrolla entre el niño y los cuidadores primarios en los primeros años de edad (padres, abuelos, otros cuidadores…). Ese primer vínculo con papá y mamá será mi principal referencia inconsciente a la hora de relacionarme conmigo misma, mis parejas, futuros hijos, familiares, amigos y el mundo.

Es inconsciente porque se basa en la comunicación implícita: en los gestos, la mirada, la energía. Es decir, se basa mucho más en lo que no se dice que en lo que se dice. Por ejemplo, imagina que una niña le pregunta a su padre que si el vestido que lleva puesto le queda bien. El padre le contesta que “sí, te queda bien”. Pero ahora imagina el tono verbal de ese mensaje. Ponle un tono agradable y otro de mofa (con media sonrisa en la boca del padre). Observa en tu mente la diferencia entre un tono y otro. Eso es lo que le llega a la niña. No es la palabra ni la frase. Es lo no dicho.

A la niña podría llegarle que su padre le mira con ojos de amor y admiración al ponerse un vestido tan bonito. Pero, en este caso, lo que le llega es que su padre se está riendo de ella por llevar ese vestido.

Y os preguntaréis, ¿cómo un padre va a querer reírse de su hija? Porque, en este caso, la niña reactiva la herida emocional de humillación del niño herido del padre, que a su vez tuvo otro padre que se reía de él. Entonces, si vuelve a proyectar esa humillación fuera, en su hija, se siente “mejor”.

Todo esto es inconsciente y el padre no sabe que lo hace así. O más bien así lo hace su sistema interno para mantener a raya ese dolor infantil no procesado (el trauma). Es mucho más fácil para nuestro sistema interno vomitar lo que nos duele hacia afuera que ser conscientes de esto y sentir el dolor que nos genera.

Este mecanismo de defensa psicoanalítico se denomina proyección, y sucede especialmente cuando hay trauma. Más adelante lo veremos en profundidad.

Cuando mis padres tienen un apego seguro, satisfacen de forma consistente y coherente las siguientes necesidades:

La necesidad de seguridad. Sentir que estamos protegidos físicamente y que tenemos recursos que nos ayuden a desarrollarnos. Tiene que ver con poder tener acceso a una propiedad privada, comida, higiene, salud, estudios, empleo, dinero…

La necesidad de afecto. Sentir que somos queridos emocionalmente, protegidos, acompañados, no rechazados…

La necesidad de reconocimiento. Sentir que somos importantes, que podemos tener éxito, confianza en nosotros mismos, etcétera.

La necesidad de pertenencia. Sentir que pertenecemos a una familia, grupo social o clan.

La necesidad de autorrealización. Sentir que podemos llegar a cumplir nuestras metas, que podemos verbalizar nuestros sueños o anhelos y que se nos permite la realización de nuestros deseos.

Además, el papá o mamá con apego seguro cumple con otras condiciones básicas:

Proyecta poco. Este punto es el más importante de todos. Como has leído anteriormente, cuando hemos sufrido trauma en la infancia nuestros niños interiores heridos (que siguen en nuestro cuerpo de adulto) se activan al ver a nuestros hijos y tendemos a colocarlos fuera mediante este fantástico mecanismo de defensa psicoanalítico denominado proyección. Una sola mirada es suficiente, no es necesario hablar. Por ejemplo, si mi hijo saca un 7 en un examen puedo decirle “está bien, pero intenta sacar más en el siguiente, ¿de acuerdo?” (tono serio y mirada de desaprobación). En este caso estamos colocando a nuestro niño herido insuficiente en nuestro hijo. Cuanto más sanado tengamos a nuestros niños heridos y sus traumas, menos proyecciones haremos.

Seguridad emocional en el sistema nervioso. Como padre o madre puedo hacerme cargo de las emociones de mi hijo sin que me abrumen, ya sea hiperactivando las mías o desconectándolas y volviéndome frío. Un ejemplo fácil y claro serían las rabietas. Si mi hija se enfada, yo no me enfado más, ni le chillo ni la dejo sola con la rabieta. Estoy con ella regulándola hasta que se calme.

Coherencia y consistencia. Respondo con sentido y de forma más o menos inmediata a lo que necesita mi hijo. Por ejemplo, si mi hija está triste porque se ha caído, sintonizo con su tristeza (sin enfadarme) y trato de aliviar su malestar en ese momento con tranquilidad y un lenguaje afectivo y cálido.

Repara. El cuidador seguro no es el que satisface de forma ideal (e imposible) todo el tiempo y al 100% las necesidades emocionales del niño. El cuidador seguro comete muchos errores y así se los hace constar a su hijo, tratando de repararlos. Por ejemplo, una madre chilla a su hijo en un día de mucho estrés. Posteriormente, la madre pide disculpas a su hija explicándole que a veces los adultos pueden tener un mal día. Una madre que tiene trauma y proyecta no pediría disculpas, considerando que su hijo le ha sacado de quicio con mala intención; o que, por el contrario, ella como madre lo ha hecho tan mal que se pone a llorar durante diez minutos seguidos delante de su hija.

A todos mis pacientes siempre les digo lo mismo

“Los ojos con los que me miraron, son los ojos con los que miraré a misma, al mundo y a los otros”

Si no me miraron, sentiré abandono. Si me miraron con desaprobación, sentiré rechazo. Si me miraron con envidia, sentiré rivalidad conmigo y con el otro. Y así un largo etcétera de heridas emocionales.

Sin embargo, si mis padres no tuvieron una infancia sana (que es lo habitual), libre de traumas de apego, proyectarán en mí todos sus fantasmas y heridas emocionales no resueltas. Tendrán dificultades en regular mis emociones y atender mis necesidades.


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